Hoy estuve algunos minutos en casa
con mi hermano, ése raro placer
que sólo podemos darnos
los poetas viejos,
cuando se acerca la muerte,
encontrar a tu hermano o
hermana, al amigo inseparable
de una niñez perdida,
es algo tan especial
que tiene un valor incalculable,
por eso, dialogar con un hermano
a solas, en un cuarto iluminado
sobre cualquier asunto, es un
momento emotivo, perdurable
mientras vivimos.
A veces vienen a tu mente
aquéllos días que parecen tan lejanos
de la niñez y la temprana juventud
en que nada parece preocuparnos
y convivimos en igualdad de circunstancias
una vida que se antoja perenne y sin
problemas vivenciales;
pero todo eso acaba y comenzamos a
emigrar como las aves, a invertir nuestra
existencia en el futuro, a comprometer
nuestras vidas en pos de un ideal o
simplemente a disfrutar de cualquier manera,
mala o buena, de nuestro paso por la vida.
Entonces llegamos a viejos, lejos el uno del
otro, con vidas hechas, descendencia o
entornos creados en derredor de uno mismo;
es ahora cuando al volver la vista al pasado
y a nuestra vida con nuestros seres queridos,
nos sentimos melancólicos de la antigua belleza.
Mientras esperamos el momento de morir,
el reencuentro familiar tiene un sentido mágico,
eterno, fugaz, emotivo intensamente, y
guardamos las últimas lágrimas para llorar
solos, para congratularnos, de haber sido
actores y testigos de un reencuentro inesperado,
personajes de un momento inextinguible
que nos hará llorar de emoción mientras morimos.
sábado, septiembre 16, 2006
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