se detuvo para hablar hoy conmigo
y ofrecerme un canasto de mangos
por nada, "usted tiene un rostro
amigable" -me dijo
y yo no entendí aquél gesto extraño
de un hombre que no te conoce y
se detiene y te habla, bajo un sol
infernal, en un sitio muy concurrido.
Yo pensaba en un robo, temía ser
la víctima de alguna injusticia, pero
el hombre insistía, y yo no quise
tomar el canasto, tampoco ofrecí
nada a cambio, "usted me confunde"
quise decirle, pero el viejo me
dió una palmada en el hombro y
se alejó sonriendo, sin decir una
sola palabra, yo lo ví dibujar en
su rostro arrugado una decepcion
amistosa, de esas que suelen
dibujar el corazón en el rostro.
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