Al llegar camino a casa me topo
con una de las amigas de mi esposa.
La chica sabe quién soy y no
logramos evitar un intercambio
de saludos.
Nuestras palabras temblaban con
incertidumbre.
De pronto eramos dos tartamudos
intentando decir algo.
Yo no podía evitar mirar a la joven
como si estuviera mirando una cereza.
Pensaba que los contornos de su
cuerpo estaban definidos con delicia.
Pero ella también sentía algo por
dentro que la hacían indefensa en
mi presencia.
No se movía.
Intercambiábamos palabras sin sentido.
Los dos estuvimos atrapados.
La tarde estaba nublada.
La calle vacía.
Y el pueblo parecía tomar su lugar
en el espacio.
martes, julio 29, 2008
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