Ahora que en las noches llueve a tinacos
se va la luz y la computadora enloquece
desde el ventanal observo las descargas
que iluminan el confín oscuro
látigos que azotan la montaña
y desatan con furia su indignación,
miro tranquilo el horizonte
y reflexionando, me consumo en la soberbia.
Sí. Poeta al fin, he llegado al punto
de ningún retorno, donde la lucidez
es el sin fin de las neuronas que sucumben
en la batalla centenaria de la vida
billones de jinetes ametrallando el espacio
una cierta ecología de la destrucción
en la que aún sobrevivo y rescato
algunos centenares de poemas.
Sí. La soberbia. El retruécano indigente
que palpita en el cerebro: la soberbia.
He llegado al punto lúcido que indica
la razón sin razón de mis poemas.
No existe otro poeta en el mundo,
más que yo. O en su defecto, soy el
único mortal digno de reconocerse
a sí mismo como escribiente de Poemas.
¿Lo ven? Es la soberbia protegida
por un océano negro que vuelca
de olas el espacio, que enloquece
nuestros aparatos, que genera
un terror espantoso y derrama
en todos los poetas vivos
un líquido asesino, pegagoso
telaraña que se ahoga en la piel.
Es por eso, que al amainar la lluvia
cesan las descargas eléctricas
vuelve el sonido de los aparatos
y la luz interior, la paz que aquieta
los sentidos. Enciendo la cafetera
fumo en silencio, veo la fiel computadora
abrir la página de Facebook, veo las redes
de poetas y me desvanezco en estas redes.
martes, agosto 23, 2011
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