domingo, diciembre 14, 2008

Prólogo de Jotamario Arbeláez para Dariolemos

Prólogo de Jotamario Arbeláez para el libro "Sinfonías para máquina de escribir" de Daríolemos:

SOBRE UN POETA
QUE NUNCA TUVO MAQUINA DE ESCRIBIR

Nunca se sabía con certeza dónde estaba Darío Lemos, si en casa de un amigo piadoso, bajo un puente, en un hospital, o tal vez estaba preso o borracho. El hombre que al despuntar el Nadaísmo miraba al sol sin envidia, que hacía empalidecer los arreboles caminando por la calle Junín, en el centro de la ciudad de Medellín, con su típico chaleco Rojo revolucionario, que practicaba la indiferencia ante la adoración de las bellas, sus camisas inmaculadamente planchadas, sus dientes en una fila india impecables, descabezaba sus sueños en un jergón mugriento o en un antejardín sin perro, con la pata que pateó al mundo podrida hasta la gusanera, sin un diente y quién sabe la verdad de su muerte.
Si hay un poeta Nadaísta que merezca con excelencia a la vez los títulos de poeta Nadaísta, ése es Darío Lemos, por la vida que le tocó vivir, y de la que ahora tanto le duele al mundo. Un poeta que haya mamado y con esa avidez del dolor moral y del dolor físico, bien merece ahora estar en la gloria. Mas qué digo la gloria... ¡Paloma esquiva!; por lo menos bajo techo y con agua limpia.
Hundido en todas las ignominias, huésped de todos los infiernos, pasajero de todos los tormentos, jinete de todos los vicios, practicante de todos los delitos, víctima de todas las leyes, chivo expiatorio de su propia poesía, Darío Lemos es la cuota más dolorosa que le tocó al nadaísmo pagar a Medellín por el alzamiento del movimiento. Ciudad donde vivió siempre a la enemiga, a pesar de amar sus veranos y sus verdugos, ciudad que lo dejó morir lentamente, de gangrena y desamparo.
Un día que no durmió amarrado a ella, alguien le robó su silla de ruedas.
Desde entonces unos cuantos fieles lo llevaron en andas, en sillón de manos, y hasta robaron para él para que no escasearan sus drogas y sus remedios. El dilapidó en aguardiente lo que conseguía para la penicilina. Aceleró como pudo la combustión de su aniquilamiento. Y quienes más lo querían, lo querían tener lejos, no querían verlo.
Él mismo debió haber perdido la cuenta de las veces que estuvo recluido entre muros: la casa de menores donde dejó su infancia en un gancho, los calabozos de la escuela militar de Medellín donde se negó a lucir el uniforme de soldado, las cárceles infames donde fue conducido por fumar marihuana, robar un libro, casarse con la chica que amaba y rescatar a su hijo, los hospitales donde fue dejando por pedazos su estómago y otras húmedas vísceras, las clínicas mentales donde lo confinaban sus amigos psiquiatras para nutrirlo y vitamizarlo y de donde salía rebosante de esquizofrenia, los hacinamientos de mendigos bebedores de alcohol impotable, a quienes además afanaba de sus limosnas. Y en todas estas partes, siempre, con su lápiz de sombra y unas hojas de papel periódico, dejando el testimonio lacerante de su paso por este valle de lágrimas de Aburrá (Medellín), pero siempre orgulloso e irreverente, y sin pedir perdón ni clemencia.
"En 1959 comencé a recibir en Cali, en la redacción de Esquirla (la primera publicación Nadaísta que dirigí con Alfredo Sánchez), unos poemas asombrosos y unas cartas fresquísimas, rubricadas por un poeta de 17 años que se creía el ombligo del mundo, y que seguramente no había leído aún a Tzara ni a Peret, ni a Hans Arp, con quienes luego se le comparó. Porque debo dejar testimonio de que si bien ha robado sin control a diestra y siniestra, nunca le robó un verso a nadie. Ni a sus íntimos. Ni a Rimbaud, ni a Artaud, ni a Michaux, ni a Vallejo, ni a Saint-John Perse", dice Gonzalo Arango en una entrevista que le hicieron, luego de que Darío Lemos ganara el Premio Colcultura, el más grande galardón para un poeta en Colombia.
Gonzalo Arango amaba y celebraba su frase: "Mi obra es mi vida, lo demás son papelitos". Una noche en que se reunieron todos los Nadaístas en casa del Profeta Arango, Angelita (esposa de Gonzalo Arango), balaba sus baladas de paz, Eduardo Escobar parecía un santo orando en la terraza, y Dario Lemos el sabio del sillón sombrío de quienes hablaba nuestro venerado Rimbaud.
Cuentan que al terminar la reunión, Darío se despidió primero. Gonzalo le besó el huso de la mejilla, y al ver alejarse su palidez, dijo con compasión "Pobre Darío; tengo la impresión de que es la última vez que lo vemos". Efectivamente, el profeta no se equivocó, aunque sucedió lo contrario de su vaticinio. Fue él quien al poco tiempo se estrelló contra el mundo en la carretera de Tunja-Boyacá. ¡No volvió a ver a Darío!
Con su llaga sangrante, su pie tajado y purulento, Lemos llegó a casa de Eduardo Escobar (otro poeta Nadaísta), escoltado por sus derviches. Se le asignó un cuartito donde Humberto Navarro (poeta del mismo movimiento) le aplicaba la inyección Lince que heredó de su abuelo para ese tipo de gangrenas y hacía la desinfección y limpieza contra su propia voluntad.
Cuenta Elmo Valencia (poeta "maldito"), que a veces llegaba a visitarlo y lo encontraba recogiendo los gusanos que huían de su pata como de la peste y volviéndolos a poner en su herida. Él "cachifo" (Humberto Navarro), se encolerizaba por estas actitudes que impedían a su panacea realizar su santo remedio. Eduardo, en el estudio contiguo, le escribía entre tanto copiosos poemas de amor, dolorosos.
Por no perder el humor negro, viéndolo sobre su leve colchón, relatando una vez más la historia de sus desventuras y desbarrando de Rimbaud, Jota Mario Arbelaez (otro poeta de la época), tuvo el poco tacto de preguntarle: "Poeta, dime una cosa, ¿fue con esa patita que pisaste la hostia?", y él sin sentirse tocado, ni pensarlo dos veces le respondió esta enormidad: "Sí poeta, pero debe ser pura casualidad, porque no creo que las hostias sean tan infeccionas!".
Como no podían sus amigos ponerlo de patitas en la calle, le consiguieron un recital en la Universidad de Antioquia.
En Mayo de 1987, en Medellín, olvidado por sus amigos, y víctima de la gangrena que lo tuvo postrado por mucho tiempo, murió el poeta que le hizo culto hasta el final al Nadaísmo. Murió a los 45 años (1942 - 1987), pero aún su filosofía e irreverencia sigue en la mente de muchos locos como nosotros que no queremos olvidar lo que nos dejó su poesía.
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