A mi gato le pincharon un ojo,
entró escurriéndole la sangre,
buscó su plato de pollo rostizado
y comió desesperadamente.
Mi mujer pegó un grito,
¡se le deshace el ojo a tu gato!
¡pobrecito, debe dolerle mucho!
¡llévatelo, no quiero verlo!
Agarré al gato y subí al estudio,
lo acomodé en el sofá
y comenzó a lamer su cuerpecito.
El ojo derecho sobresalía hinchado
y la sangre le escurría en las patas.
Intentó dormir, le palpitaba el pecho
y se enroscó en sí mismo.
El gato se quedó dormido
y con el cuerpo suelto.
En el espacio resonaba un helicóptero
con militares y tuvimos miedo.
Después bajé a comer sopa de habas
y encendí la televisión
para mirar el fútbol.
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