martes, junio 29, 2010

Mi primer mundial

Nací en 1953. Recuerdo la figura de Pelé y el gol de Carlos Alberto Parreira.
Todavía no cumplía los diecisiete. Jugaba en los llanos. Padecía hambre.
Depresiones. Timidez. Habitaba recursivamente mi cerebro.

Escuchaba los partidos de fútbol por la radio. A veces entraba a una cantina.
Compraba una gaseosa. Veía el fútbol. Cuando todos se descuidaban,
entraba en el televisor, me convertía en una figura en blanco y negro.

Estaba en la cancha. Escuchaba los gritos. Siempre aparecía el mejor jugador
del llano. Recuerdo sus palabras: "échale, échale, échale, esgar..."
No tenía fuelle. Sus palabras conformaron una filosofía para la vida.

El murió acuchillado en la misma cantina. Desde donde entrábamos a los
partidos. Ni siquiera recuerdo su nombre. Nunca he olvidado su figura.
Cuando todos se iban, él se quedaba para tirar al marco. Yo paraba.

Parece que aún lo veo. Creo que se llamaba Antonio, no estoy seguro.

Luego conocí a su hermano pequeño, un chico débil, que jugaba la porteria.
Yo solía entrenarlo con pelotazos al cuerpo.
Tiraba lo más duro que me fuera posible.

Los demás como que veían mal que lo golpeara.

Después él emigró y comenzó a jugar en Veracruz.
Jugó muchos años como defensa izquierdo, lo perdí de vista.

Pero el fútbol me aportó enseñanzas todo el tiempo.
En mi profesión. Como docente. Como poeta.
Me convirtió en un ejemplo. 

Detesto ser el ejemplo. Internamente soy un desquiciado.

Jugué con el equipo de Brasil aquél día glorioso.
Con una emoción incontenible. Inolvidable.

Aún resuena en mis oídos el momento del pase filtrado.
No fue Pelé, ni Tostao, ni Jairzinho. Fui yo.
Yo dí el pase al capitán, un pase al espacio abierto, al hueco.

El pase de la muerte. Era un envío para matar.
Y lo matamos. Lo juro. Lo matamos.
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