Llegué a Barcelona
en 1995, cuando las instalaciones
Olímpicas, retenían la nostalgia;
una piscina y un trampolín en las alturas
desiertos bajo la niebla
pero aún puedes escuchar los gritos
de mujeres y chicos festejando;
hace frío, el camino a Montjuic
es un tapiz de hojas secas
que entorpece el andar, la
vereda serpentinea la soledad de la vida
estar solo, para estar siempre mas solo,
mirar la vereda, reconocer arbustos
venidos de otras partes del mundo
letreros silenciosos, que parece que hablan
asciendes callado y el viento
silba a un costado, desearías escuchar
alguna tonada de saxofón, algún ruido distinto
pero el amor del monte, cobija tu ascenso
en una forma extraña, asciendes, y el viento
se refresca en tu cara.
miércoles, julio 25, 2007
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