lunes, enero 12, 2009

El detective verdadero

El detective verdadero.
tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/detective/verdadero/elpepuculbab/20090110elpbabens_6/Tes
(audio)

Su verdadero nombre fue José Alfredo Zandejas, nació en México en 1953 y murió en la misma ciudad 35 años más tarde, después de un agitado y famélico periplo por Barcelona, París y Tel Aviv. Desde muy joven adoptó el nombre de Mario Santiago, al que más tarde agregaría el apellido Papasquiaro (en homenaje al político y revolucionario José Revueltas, cuya localidad natal se denomina Santiago Papasquiaro). Ni su nombre de nacimiento ni el alias que escogió le dieron tanta celebridad como el que le puso Roberto Bolaño en Los detectives salvajes (1998): Ulises Lima. En efecto, Mario Santiago fue quien, en 1975, fundó junto a Bolaño -y otros poetas cuyo número y nombre siguen siendo materia de controversia- el movimiento denominado "infrarrealismo" en la realidad y "real visceralismo" en Los detectives salvajes, la novela que, veinte años más tarde, lo convirtió en leyenda. El movimiento formó parte del ímpetu de rebelión que dominaba la época, desde el Mayo Francés a los grupos revolucionarios en América Latina y las últimas reverberaciones de la vanguardia artística y poética. La irreverencia estaba de moda, pero no en México, donde el sistema intelectual mantenía una visible sujeción al estamento político oficial. Los infrarrealistas rechazaban el papado poético y cultural de Octavio Paz, en quien veían al intelectual orgánico de un sistema político inmóvil y falaz. En su lugar reivindicaban la actitud del estridentismo, el movimiento poético mexicano que emuló el espíritu del surrealismo francés. Según cuenta el infrarrealista José Vicente Anaya, una de las más sonadas performances del grupo consistió en provocar la expulsión de varios de sus miembros de una lectura de Octavio Paz y David Huerta. Precisamente Anaya publicó recientemente un estudio sobre Concha Urquiza (Brota la vida en el abrazo, Cuadernos de Veracruz, 2007), personaje fascinante y poeta de un peculiar y grandioso misticismo, que en la novela de Bolaño inspira la figura de Cesárea Tinajero, a quien los "detectives salvajes" van a buscar a Sonora (aunque, en realidad, Urquiza había muerto ahogada en Baja California muchos años antes, en 1945).

El narrador de Los detectives salvajes -un chico de 17 años que escribe sus primeros versos- dice: "Belano y Lima me miraron y dijeron que sin duda yo era un real visceralista y que juntos íbamos a cambiar la poesía latinoamericana". Y también, con el mismo tono de cándida ironía, al intentar responder a una compleja cuestión de métrica clásica: "El único poeta mexicano que sabe de memoria estas cosas es Octavio Paz (nuestro gran enemigo)". Pero en aquellos años setenta los realvisceralistas o infrarrealistas se tomaban muy en serio su credo, que queda resumido en buena medida en el título del prólogo de Jeta de santo, firmado por Mario Raúl Guzmán: 'La bendición de la insensatez'. La poesía de Mario Santiago es vitalista, juvenil hasta el final, hirviente de la romántica fascinación del poeta por sí mismo. Se abre con un festejo fervoroso de los procedimientos característicos de la vanguardia: el cultivo de la imagen audaz -"acampados en los párpados magnéticos del aire", "nubes de preguntas patean casas"- y de la invención neológica -"callejón de muervida", "estetoscopiando el polen". Y va hacia un aliento más ambicioso, que aglutina la influencia del surrealismo con la de Allen Ginsberg, con versos como consignas que parecen empezar en Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Ezra Pound, y terminar en un delirio lisérgico rico en erotismo y escatología: "En mi breve Paraíso no crecen básculas ni encíclicas" (el poema se titula 'Saliva de San Juan Autista'), "en la cima de simia sima"; "Ojos de muerto en vida / Olor a isla infartada yema a yema / Puente roto entre la lágrima & la peste / Luna de miel de los mocos & el esperma". El último largo poema de este libro, 'Consejos de un 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger' -que, obviamente, nada tiene que ver con ninguno de esos ínclitos nombres-, muestra el máximo soplo de esa flama verbal que quiere fundir todas las cosas del mundo, donde "el gordo & el flaco" bailan con Guido Cavalcanti y Huckleberry Finn. Jeta de santo es el documento de una época del que conocíamos sus derivados ficcionales y ahora tenemos su primigenio magma lírico.
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