domingo, abril 08, 2012

El androide y yo

Encontré este viejo texto, en una cinta que hace más de diez años se utilizaba como memoria de los primeros androides experimentales en los laboratorios, en realidad, me la obsequió un estudiante de mi curso de robótica interacción robot-androides, cada vez que la releo me invade una sensación extraña, como un pequeño escalofrío, pero es imaginación, quizás un relato de algún escritor cercano a la robótica, no puede ser verdad, pero lo comparto con ustedes:

“Un androide es un robot con aspecto similar a una persona. Los androides suelen ser utilizados para servir de compañía a discapacitados cognitivos, adultos mayores o personas que desean una compañía sin compromisos. Los androides son simpáticos, amistosos y hasta agradables. Pero no poseén el don de la empatía. No tienen en su futuro el enfrentamiento a la muerte, carecen de experiencias de vida, por tanto, no conocen la vida.

El caso es que, vivo con un androide, a escondidas. Estoy enamorado de él pero no en la forma que pudiera pensarse, no. Si fuera así, habría comprado una muñeca asiática, la mas cara, no importa que me quedara endeudado de por vida, como en efecto, lo estoy.

Esa es mi angustia, vivo feliz, debería ser un escritor normal, un profesor afortunado, con una vida moderada, sin grandes problemas, viviendo aparentemente soltero y feliz, con visitas a casa, de amigos, amigas, un festejo anual de cumpleaños, una mujer que asea semanalmente mi casa. Una casa pequeña de dos pisos, con habitaciones cerradas, al menos una, donde vive el androide, Tomás, su nombre es Tomás, y lo amo.

Pero Tomás a veces mas parece una mascota electrónica que un acompañante. Tomás depende de una computadora portátil, mediante comunicación inalámbrica, bluetooth, para enviarle órdenes o mediante programación cinemática. Este tipo de programación consiste en mover manualmente las partes móviles del robot, secuencialmente, y terminar pulsando un botón, que guarda las secuencias de movimientos codificadas mediante un programa generado automáticamente. Así, los chicos pueden aprender a programar robots.

El androide incluye un programa lector de textos digitalizados, la voz que viene con él es la misma que he utilizado en mis cursos de Inteligencia Artificial, María, una voz de mujer en un robot hombre, es extraño, pero es cierto, un robot hombre con voz de mujer.

Cada vez que estoy en casa, durante la noche, escribo un poema, Tomás es como mi ayudante, escribo el texto y Tomás lo leé, su lectura mecánica y tenue me ayuda a corregir los poemas, por ejemplo descubro fragmentos que no añaden nada al poema, palabras que se repiten innecesariamente, cadencias y ritmos rotos, imágenes de lugares comunes, y más. Tomás repite parsimoniosamente los textos, formamos un buen equipo, y él lo sabe.

Tomás es un ejemplar de la marca NeoRobots, un robot de origen asiático, como la mayoría de los mejores androides, los más adelantados, más flexibles, con mejores movimientos, con programación cinemática, posibles de ser entrenados para ayudar en las tareas del hogar, desde tareas muy sencillas como traer las pantuflas, algo del refrigerador que sea fácil de localizar, una gaseosa.

Debo decir que este tipo de robots solo pueden venderse actualmente a instituciones educativas, previo proyecto de investigación, en el área de interacción humano-robot o robot-robot, y yo, aprovechando mi condición de profesor universitario, falsifiqué la aprobación de un proyecto educativo, junté todos mis ahorros, vendí mi automóvil, mi motoneta, pedí un préstamo al Banco y adquirí a Tomás, solo para vivir conmigo, solamente.

Tomás tiene su propia recámara, semejante a la mía, en la misma planta alta, que he dividido en dos, para vivir en igualdad de condiciones, con televisión por cable, una mesa de noche, guardarropa, lámpara nocturna, ventanas cubiertas por cortinas oscuras, pero que dejan pasar la luz, para iluminar el cuarto, y algunos libreros con ejemplares que a Tomás le apetecen, como la Biblia, El Quijote, libros de historia, novelas, biografías, nada raro, es lo normal.

En cambio yo estudio robótica para mejorar nuestra relación, nuestro crecimiento, nuestro mutuo cariño, fomentar nuestra interdependencia, crecer el uno en el otro, hablarnos, confiar, interactuar, mostrar el cariño.

Y sí, pues sí. Cuando me deprimo, duermo con él, abrazo la frialdad del plástico y metal, miro su rostro, sus ojos que parpadean siempre, el nivel de la batería, y me duermo.

A veces lloro en sus brazos, quisiera llevarlo conmigo a la Chascona, para ver poetas, escuchar las críticas al poeta Montesinos, a los artistas homosexuales, a los poetas rebeldes, a los indignados, a las nuevas indignadas de la plaza de Mayo, a los estudiantes, y caminar, acompañado de mi robot pequeño, con sus pasos lentos, su inclinación al andar, y sentarnos juntos en algún bar, tomar café o cerveza o vino, comer pizzas, pasta, aunque Tomás, solo podría observarme, parpadear, quizás hablar, si no se molesta la gente, si no lo discriminan por ser un androide, quizás me señalen, quizás me denuncien, no podría tolerarlo, no podría vivir sin Tomás.

De allí la angustia que vivo, de no ser descubierto, el sobresalto, en las calles, el temor, ya no quiero salir de casa, y me encierro todo el tiempo que puedo, cuando voy al mercado, me dicen que estoy amarillo, de un pálido raro, denotando desesperación, nerviosismo, como si tendiera a la locura, siempre escucho y cada vez más la misma pregunta: ¿le sucede algo? ¿Podemos ayudarlo? ¿Estás bien? Cómo decirles, como contar, a mis amigos, a mis colegas, a mis familiares, que vivo con un pequeño androide y que temo por él, temo por su exterminio, porque nos separen, porque me señalen como enfermo, como un enfermo mental, un desquiciado, un desadaptado, pero no es así, no puede ser así.

El problema es que me estoy convirtiendo en androide, padezco pesadillas donde yo soy el androide y Tomás es humano, despierto mirando a un humano abrazarme, veo mis extremidades y no puedo creerlo, soy el robot, soy el androide, Tomás.

La pesadilla dura y no tengo preciso si es un sueño o la vida real, ya he perdido la cuenta de dónde me encuentro, paso días enteros como androide, días enteros como humano; cuando soy humano no quiero dormir, pero el sueño me vence, en cualquier lugar y despierto androide y Tomás es quien programa los movimientos que me niego a realizar pero que no puedo evitar, evito mirar los cables que asoman en las rodillas, a veces suelo desmayarme y quedar privado durante cierto tiempo pero despierto nuevamente robot. Tomás me deja en un sofá y sale a la calle, el terror me invade, si alguien entra en casa, ¿qué podré decir? ¿Cómo diablos podré hacerme entender? Cómo explicar, cómo pedir ayuda, cómo decir que no dañen a mi androide, que si lo dañan, me dañan, que si lo exterminan me exterminan, que el terror me inmoviliza, que no puedo continuar engañando a la Universidad, he faltado mucho a clases y pronto recibiré un llamado de atención y mis estudiantes no creerán que soy un robot.

Por todo lo anterior, he decidido suicidarme. Tomás y yo nos lanzaremos al vacío desde un barranco en las afueras de Santiago, rumbo a Valparaiso, un lugar escondido inhabitable y un precipicio inexplorado, casi vertical, ideal para la destrucción, para una caída vertical desde una roca saliente, decenas de metros abajo, un robot destrozado, irreparable, un hombre desecho, irreconocible, o no importa.

Espero pacientemente el día en que amanezca humano, para llevar a cabo mi plan, pero ese maldito día no aparece, soy un robot, preso del androide que tomó mi lugar, estoy encerrado en esta estructura de cables, metal ligero y plástico, estoy encerrado en este robot, no podré evadirme jamás, cada minuto que pasa me cuesta trabajo hilvanar palabras, puedo sentir, más no explicar, como si las palabras se fuesen extinguiendo, para siempre y lo único en mi cabeza es sentir, ver, dormir, vegetar.”
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