lunes, noviembre 22, 2004

San Remo, diciembre 19 de 1892

Ignacio Manuel Altamirano

(Poeta, escritor y político mexicano. Nació en Tixtla, Guerrero en 1834 y murió en San Remo, Italia, en 1893)


Ya podré escribir sin desvanecerme, y mi primera carta, como es natural, es para usted y para Cata. Será corta porque ayer les escribí aunque dictando a Aurelio.
Hoy recibí temprano la de usted del 15 que está tranquilizadora, es decir que me supone mejor de lo que estoy. No es así desgraciadamente. Yo no sé lo que me pasó en París. Me volví idiota, me dejé invadir por la enfermedad, con la indiferencia de un fakir, no consulté a varios médicos, me preocupé sólo de la diabetes, cuando era lo más insignificante, y me clavé en mi sillón junto al fuego, taciturno, resignado, desdeñoso o como si estuviera resuelto a suicidarme. Vinieron ustedes y el aturdimiento y la sorpresa y la alegría no me permitieron pensar en más. Luego como el análisis último daba como resultado "nada de azúcar", me dije que lo demás no era sino consecuencia de mi falta de ejercicio. No tomé en cuenta que no comía yo nada, que no hacía yo más que dormir. En fín, si no es la vigilia maternal de Margarita, y la energía de ese pobre muchacho Pasalagua, así habría yo seguido y a esta hora quizás ya estaría muerto.
Yo conocí mi gravedad en el camino. Estaba yo desfallecido. Llegué a Lyon y a Marsella a meterme en la cama y a temblar de fiebre. La diarrea era constante. ¿Qué tenía yo pues? La diabetes no existía ya; la bronquitis me molestaba mucho, me impedía dormir, pero eso no me estaba matando, sino la falta completa de apetito, de todo, de todo, y la diarrea que se producía tan pronto como yo lograba tragar aunque con repugnancia cualquier cosa.
Llegué a San Remo. Aquí encontré a mi buen amigo el doctor Boato y a Vicente Morales. Nos alojamos bien. ¡Qué pueblo tan encantador San Remo! No he visto nada más bello como clima. Constante cielo azul y radioso, sol de fuego, nubes con coloraciones de amaranto y de rosa, y abajo el Mediterráneo de color de índigo, y las colinas revestidas de olivos, y los caseríos y las villas llenas de jardínes de naranjos, limoneros, palmeras, cactus ¡el oriente! Desde la mañana tiene usted calor, cielo transparente y sol magnífico. Niza como lujo y como decoración es mejor, pero como temperatura constante y sana, no. Ni Nápoles es mejor que San Remo.
Pero en medio de este cuadro poético me estoy muriendo de inanición y fiebre, y la mitad de él se cubre con las sombras que proyecta mi tristeza. Sin embargo no me desmoralizo. Yo he de morir bravo como siempre. Sólo que esta enfermedad del estómago produce esencialmente tristeza y sin Margarita ya habría yo clavado el pico. Porque Margarita es para mí la vida. Es incomparable. ¡Qué ángeles ni qué santas, ni qué música celestial! Margarita tiene en su ternura la quintaesencia del amor de esposa, de la suavidad de la amiga, de la abnegación de la hija y siempre riéndose y afanosa. Si me escapo de ésta lo deberé todavía en mucho a usted y el 65 por ciento a ella; quede como constancia.
En suma estoy lo mismo. Me dicen que al fin el mar, el ejercicio, la higiene me harán volver el apetito poco a poco. Es la única esperanza. Por hoy estoy tan débil que no puedo tenerme en pie. Necesito que alguien me sostenga. Aurelio me sube y me baja de la cama.
Hoy lunes (19) acabo esta carta. Me siento con una mejoría apenas apreciable. El doctor tiene esperanza, el clima es inmejorable, la diarrea ha cesado pero no la calentura, ni la falta de apetito. Toda mi distracción consiste en ver jardines o en dormir o reposar bien caliente.
Saludos, besos. Expresiones de Margarita, que se me enfermó ayer de un dolor reumatical, y de Aurelio. Para usted mi corazón.
Ignacio Manuel Altamirano.
San Remo, diciembre 19 de 1892.


Share/Bookmark