lunes, agosto 30, 2010

Sevilla

Regresábamos del Alcázar de Sevilla
y al dar vuelta en un corredor
estrecho y oscuro, encontré un
rostro de facciones difíciles,
el cual fijó sus ojos en mí,
con la dulzura del relámpago.

Allí, tan lejos de casa,
encuentras una mujer,
que tiene un no sé qué para tí
y tú para ella algo que no sé.

Almorzamos juntos calamares y cerveza,
en un sitio perdido en medio de nada
y hablamos de la luna y de saturno,
de la vida de las estrellas errantes
y de nuestras propias vidas.

Paseamos después a un lado del río
lleno de bares y tertulias.
Erase un atardecer sevillano,
una puesta de sol andaluz,
una pareja de amigos desconocidos,
agarrados de las manos.

Subimos a un taxi que paró junto
a nosotros y bajamos en el centro,
para casi enseguida despedirnos
sin el acostumbrado intercambio
de direcciones, pero creyendo
que nos encontraríamos
en alguna otra parte del mundo.
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